jueves, 25 de agosto de 2011

Vuelve a creer en mí - Cuento

NOMBRE: Miguel Ángel Rodriguez.
EDAD: 43 años.
ALTURA: 1,86.
PESO: 85 Kg.
RESIDENTE DE: Rama Caída, Mendoza, Argentina.
Bla, bla, bla. Mis ojos se deslizaron rápidamente por la hoja, al no encontrar lo que me interesaba.
PATOLOGIA: Locura. Mató a sus 4 hijos y esposa, justificándolo con la historia de Abraham (Abraham intenta matar a su hijo Isaac, ya que Dios se le apareció en sueños, diciéndole eso para probarlo. Pero en el momento en que lo estaba por matar, dicen que un ángel detuvo su mano).
Así me dicen, loco ¿A ustedes realmente eso les parece locura, matar a su familia, demostrándole a Dios su aprecio? ¿Saben lo que es sentir amor verdadero, y la gente te tilde de loco por ello? ¿Saben ustedes lo que es estar en un hospital psiquiátrico con locos de verdad, con asesinos seriales, con gente que alucina? ¿No poder dormir en las noches por los gritos de las pesadillas de los pacientes? ¿No poder hablarle a alguien sin que te ignore o que cuando le estés contando algo simplemente se pare a perseguir mariposas? Así estoy yo en este preciso momento. En la nada misma.

Ya leyeron la versión de la policía. Ahora me toca contarles la mía.
Hace ya tres meses, mi vida era ideal. Era un pastor y trabajaba en la Iglesia San Francisco, dando misas los domingos y los días de semana tenía pequeños talleres de catequesis. Los martes y jueves, tenía con los nenes de 7 a 12 años, creo que en total tendría 15 chicos asistiendo a mis clases. Últimamente recuerdo que estábamos leyendo la historia de Abraham, la de su esposa Sara, y sus hijos, Isaac y Jacob.
Una noche, Dios me visita en sueños, me dice que si realmente creía en el y lo apreciaba, debería sacrificar la vida de uno de mis hijos para brindarle mi fe. Y que cuando lo haga, el se presentara ante mi de inmediato. El día transcurrió raro, no me podía sacar esa idea de mi cabeza. No quería asesinar a ninguno de mis hijos, pero tampoco decepcionar a mi dios. Así que decidí optar por lo que más me importaba, Dios. Esa noche, fui hasta el cuarto de la pequeña Milagros, al notar que estaba dormida simplemente la degollé con mi navaja. Espere unos minutos, pero al ver que Dios no se había presentado ante mi, supuse que no le había sido suficiente corrí hacía el cuarto de Felipe clavándole la navaja justo donde estaba su corazón. Esperé y esperé, pero nada. Volví al cuarto de Milagros, donde yacía Guadalupe, llorando abrazando a su hermana fallecida. Dejando mi navaja en el suelo, la tomé a mi hija del cuello estrangulándola contra la pared, intentó quitarme mis manos de su cuello pero su esfuerzo fue en vano. Sin esperar ni un minuto, me fui al cuarto de Dolores que estaba como siempre en su tonta computadora, la agarré de las mechas y la golpee brutalmente contra la mesa, después la degollé. Al salir de su cuarto noté que estaba mi mujer, Teresa llorando desconsoladamente gritándome todo tipo de insultos, intenté calmarla y explicarle de mi sueño, de mi pacto con Dios. Pero más le explicaba, más se exaltaba. Decidí asesinarla a ella también. La tomé de su cabello, le clave la navaja, la desmembré. Con su sangre escribí en el piso del pasillo “Dios, vuelve a creer en mí”. Esperé y esperé pero no pareció suficiente.
Me fui caminando hacía mi habitación, a dormir como hacia todas las noches. Me acosté, mis parpados estaban cerrados, me estaba venciendo el sueño. Pero el timbre sonó, eran las 4 a. m., miré por la cerradura, era la policía. Les abrí la puerta, al entrar me dijeron “Los vecinos oyeron gritos” vieron el cuerpo de mi mujer, me tomaron las manos y me pusieron las esposas. Decidieron ir a investigar por el resto de la casa. Y al ver los cuerpos de los niños me preguntaron “¿Usted hizo esto?”, a lo que yo respondí “Dios me obligó”. Me sacaron fuera de la casa, metiéndome en uno de sus autos, e internándome en uno de sus loqueros.
Acá estoy, ya son las s 11 p. m., por dormirme en mi cama, escuchando gritos y pensando a quien podría sacrificar para que Dios vuelva a creer en mí.

Rocío Ipiñazar ~

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